viernes, septiembre 17, 2010
Redes virtuales, identidad real... el perro ladra, así sea en Twitter
Migración de escrúpulos ¿LXII?
Los medios sociales últimamente me están condicionando a no decir las cosas por su nombre, a practicar una etiqueta social que más se parece a la tiranía de la censura. Tenemos miedo que cualquier comentario que dejemos azarosamente en un post pueda ser malinterpretado, que perdamos el trabajo por un piche comentario de menos de 140 caracteres.
Me acuerdo una vez que uno de mis jefes se retrasó en el pago de mi salario (allá en aquella época cuando trabajaba de periodista digital). Estaba fúrica, por cuanto con eso tenía planificado pagar la renta. Y escribí un comentario inocente en el Twitter.
Gracias a Dios mi madre, quien es mi fan en la Internet, me llamó al día siguiente para que borrara el comentario. Hice lo que pude (meterme en los más de seis sitios que estaban enlazados a las actualizaciones de twitter a través de ping.fm para borrar la huella de mi temperamento), pero no hay garantías en la red, así que después de ese trabajón solo me queda cruzar los dedos para que mi estupidez se pierda en el maremagnum digital.
La red no es un sitio especial donde podemos ser "libres" (e irresponsables); dejen de creen en pajaritos preñados y entiendan que la red es una extensión digital de nuestra vida pública. Lo que hagamos online es un reflejo de quienes somos fuera de línea y eso incluso se aplica a quienes se esconden en anónimos y sobrenombres. El perro sigue ladrando, así ponga la foto de un corderito en el Facebook.
Por eso Internet se me ha hecho tan difícil últimamente. En cada red social existente tengo una cuenta que reflejan lo que era cuando decidí abrirlas. Cuando abrí MySpace era una periodista recién llegada a Miami que pensaba tener acciones en el cielo por el solo hecho de ser venezolana (cosa que le suele pasar a buena parte de los venezolanos que arriban a Estados Unidos sin tener NPI de lo que significa emigrar). La usé sólo un par de años, luego se me olvidó la clave y finalmente borré la cuenta hace un mes.
Otro rastro de mi que me hace ruborizar son las fotos en las redes sociales de rumbas de Caracas de las que accidentalmente formé parte un corto periodo de mi vida (razones no vienen al caso). Agradezco al periodista que siempre anotó mal mi nombre. Recuerda, que el peor de los casos, siempre pueden volver a ti a través de tu IP number y una búsqueda en Google.
Claro, no todo es tan malo. A veces es bueno que te recuerden por lo que fuistes una vez, como me pasa con Linkelind y mi carrera de social media especialist (cualquier cosa que eso signifique). De esa vieja Yta dan fe las recomendaciones de mis jefes y las páginas web de no pocos eventos que ayudé a organizar. Yo soy una bohemia que a veces anoto sus recados, como aquella vez que una televisora hispana de USA llamó para hacerme una entrevista sobre (¿privacidad en FB?) mientras yo tenía la franela llena de tinta mientras manejaba una prensa vintage de una tonelada. Esos episodios aún se repiten, para la buena salud de mi ego. Pero no soy yo.
¿Quién soy yo? ¿La chica de las 3676 fotos en Flickr (casi todas relacionadas con arte)? ¿La experta en social media de Twitter que un día se la tragó la tierra? ¿La blogera de literatura dura, recuerdos merengosos y poesía de hojillas? ¿La tipa que documenta el mal gusto universal bajo una identidad falsa? ¿La artista con una identidad visual tan heretogenea como la misma San Francisco (CA)? ¿La Podcaster de humor guarro?
Todas soy yo y a la vez no, porque el todo es mayor que la suma de sus partes.
La web es tan solo una arena social, como la escuela o el trabajo.
Tengo una sola vida, una sola identidad.
Solo puedo vivir un día a la vez, ¿no?
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