lunes, junio 13, 2011

Dejar el odio para llegar a la orilla de la playa



Hace como tres años me quedé sin voz. Voz literaria, me refiero. Tenía junto a mi hermana un experimento: intentar documentar los cambios de un país desde dos perspectivas geográficas-generacionales a través de la narrativa oral registrada en un blog. En otras palabras, ella me echaba los cuentos de su pueblo (apto solo para corazones bizarros capaces de admitir que vivíamos en una cochinera). Yo los comparaba con cifras y le daba contexto. Al final lo que escuché fue una ausencia. Pero esa es otra historia.



Creo que ese día el periodismo supo que "se nos rompió el amor, de tanto usarlo", como cantaba la Rocío. La escritura empezó a ser una fuente de dolor. Mis palabras cayeron en coma, como el recuerdo de la Olivetti que me regaló mi abuela cuando era niña.

Pero lo que se sumergió en letargo fue perder el único motivo que tenía para volver al país. Para mi Venezuela fue una crónica que pasó del rosa al rojo. Una tierra de forajidos (y gente decente también) de la cual mi corazón no podía escapar.

Lo más irónico que le gané la partida al miedo y terminé viviendo prácticamente frente a Alcatraz. Porque las cárceles están en nuestros corazones, y los barrotes nos los dejamos meter por el lubricante de nuestra inercia.

Ahora la rabia es nuestro policía. Esa rabia que hizo girar a mis compatriotas los ojos en el terminal de Miami porque vestía una blusa roja y una chaqueta verde oliva (bruta yo de no saber que nuestro odio tenía calidad de exportación). No me dirijieron la palabra por un buen rato.

Pero no pude escribir ni esta crónica (digna del fenecido diario humorístico "Camaleón") ni otras más, incluso más coloridas, porque sentía que el derecho a pataleo lo había perdido con cada sello nuevo en el pasaporte. ¿Será que ser ciudadanos del mundo nos excomulga, Pratt (y un montón de gente más)?

Mis compatriotas, que ya no me reconocieron como suya en mi última visita a Caracas, conspira en tan des-ilusión. Tampoco ayuda un amigo que se gasta lo último de su quincena para pagarme con una cerveza una conversación sobre literatura (comida para mi culpa), otro que usa guardaespaldas para estar "seguro" (champaña para el resentimiento colectivo) y otra que juega a la ruleta rusa con la noche a conciencia (!Ay papa!). Esa última parte, el deseo del caraqueño en seducir Tánatos, no ha cambiado.

De paso mis sueños (los literales, no los literarios) siguen poseyendo la topografía y la sal de mi amada Mochima. Claro, que en las noches frías californianas se convierten en pesadillas donde por más que nado no puedo llegar a la orilla de la playa. Confieso que eso pasa cuando leo los correos electrónicos de mi tío sobre consejos en caso de un secuestro:

No permitir que nos suba al carro, negociando: llévate el auto, mi dinero, cartera, etc. (98% de las personas que son subidas al auto mueren).


¿Vieron? Es la indignación, con el escozor típico de la pólvora la que me volvió a azuzar la pluma (o el teclado). Mala cosa. Sin embargo, voy a compartir algo bonito de mi más reciente viaje:

La visión de un montón de niñitos, bellos como caramelos de coco, tirándose desde el peñero al agua para llegar a la playa en Mochima.


















(La foto de Isla de Plata, en Mochima, la saqué de una página de Corpoturismo la Embajada de Venezuela en Washington DC.)

(La primera foto es una pieza mía llamada "Arcana Riots" que será exhibida en la FIA 2011, gracias a los buenos oficios de EspaciosMAD)

3 comentarios:

Irina López dijo...

Yo también tengo pesadillas (varía el escenario, pero la pieza siempre es la misma) en las que comprando plátanos en un abasto o detenida en un semáforo sé que alguien se acerca para robarme o secuestrarme. Sí, pesadillas de una tipa a las que otros siempre tildaron de guerrera.

Venezuela se ha apoderado de nuestro subconsciente, y allí es roja rojita.

Qué bueno que tomando el pincel no hayas soltado la pluma ; )

depr001 dijo...

Intentar proyectarte como un ciudadano del mundo, es lo que te excomulga. Yo era un paria en mi propia ciudad. Un extranjero que nació allí. Ahora, soy de verdad un extranjero que nació allá.

Y a veces no tanto....

A veces me siento local en el mundo. Es lo que tienen las ciudades globales: con el paso del tiempo, te das cuenta de que descifras los códigos de muchas culturas a la vez.

Por eso, siento que ahora tengo más derecho a pataleo. Ya no es mi país, sino el mundo, lo que está mal.

A mi me cuesta lo mismo entender a un Marabino que a un Mexicano. Las fronteras y ese invento que llaman "Patria" son una ridiculez. Así que libérate de esa culpa, que es también un invento.

Por eso, repito, como discutimos aquella vez, no dejes que el largo brazo del totalitarismo te atrape.

YTA dijo...

dep001, a mi me está pasando como a tí, que todas las ciudades del mundo se me parecen en sus pequeñas cotidianidades. Aquí en San Francisco tengo las mismas rutinas y los mismos tipos de amigos que en Vancouver, Chicago o Miami.

Más que sentirme como ciudadana del mundo, siento que el mundo es el mismo vecindario.

Quizás porque las sociedades se han globalizado tanto que aquí como allá casi todos somos extranjeros. Como dices tu, "ese invento que llaman "Patria" es una ridiculez".

Por eso, cuando estoy acá veo lo que pasa en Venezuela con más claridad, sin pasiones, y dejo de recordarme como la "paria en mi propia ciudad" que era.

Incluso hasta las noticias no me hacen mucho efecto.

Sin embargo, basta una pequeña cosa como el comentario de Betinna (http://tappingyta.wordpress.com/2008/04/04/bye-bye-caracas/) para que el viejo brazo del totalitarismo me de un par de coñazos. El calabozo dura exactamente lo que me tardo en escribir el post, pero duelen.

Quizás por eso no iba mucho a Venezuela ni he expuesto mi trabajo allí hasta ahora. Quería evitar dejar de reconocerme en una realidad ética que nunca me ha pertenecido, salvo contadas excepciones.

Gracias por ahuyentarme el espanto en el momento justo. :)