domingo, enero 14, 2007

Yo bueno, tu malo


(Jazz de Bruno López)


La pérdida voluntaria del libre albedrío

Ytaelena López

(Publicado el Sábado, 2 de julio de 2005 en Analítica.com)

¿Acaso el hombre se define por sus acciones? Si fuera así, hechos como los campos de concentración en Auschwitsz, el derrumbe de las Torres Gemelas el 11 de septiembre y el ejercicio de la furia ciega al miedo cada fin de semana en Caracas nos deja muy mal parados como raza. ¿Tendrá razón Imre Kertész al afirmar que la naturaleza del hombre es el mal, que siempre encuentra explicación?

Para el hombre moderno admitir esto es simplemente insoportable, ya que la contradice la imagen que quiere conservar de sí mismo. La presencia del otro (lo ajeno a nosotros mismos o el extranjero que no soy yo ni pertenece a nosotros mismos) arremete contra la sociedad ideal que aspira a estar limpia de culpas y remordimientos. Ampliar las fronteras de nuestro mundo subjetivo a través de la globalización de los significantes (la forma de los conceptos o el contenedor de nuestras ideas) y el añadido de nuevas lexias (palabras o etiquetas) deslegitimiza los dogmas (en esencia incuestionables) en los cuales habíamos depositado nuestras esperanzas.

Es allí cuando la exclusión se presenta como una posibilidad muy seductora.

“Hay que eliminar el foco de exclusión” –dice el caudillo- “para que no contamine nuestro espacio”. Hay que impedir que se apoderen de nuestros significantes, que tal como señalaba Roland Barthes, ahora son móviles.

Entonces la lucha se desenvuelve por colocar nuestros nombres propios a los conceptos, el derecho a colocar etiquetas, a limitar el lenguaje. Siempre existió el nuevo continente, perro dejó de ser utopía cuando los españoles lo nombraron América, por ejemplo. El poder del nombre es la hegemonía del poderoso.

¿Qué como afecta el estado de la lengua el destino colectivo? “Recordemos por ejemplo, que hablar y pensar son funciones que se vinculan de modo indisoluble: no puede existir la una sin la otra” (Cadenas, p.23) Debemos partir del principio básico que el hombre es hechura del lenguaje. Un mal uso del lenguaje es síntoma de que las cosas no van bien para el hablante, y me refiero a todo. Los moldes del pensamiento que anteceden a la acción están en las palabras, y si están preceden de discursos caducos, entonces hablamos de la degeneración social del ciudadano y su transformación en hombre-masa. Es el desarraigo lingüístico lo que caracteriza a los seres de identidades móviles o desclasados, llamados así por Hanna Arend. Estos individuos sin identidad definida –vaya contradicción- son fáciles de embaucar por los demagogos de oficio, fácilmente reconocibles por su lenguaje limitado (al círculo de sus intereses), que condena todo lo ajeno a la inmediatez al olvido oportuno de las lecciones del pasado. “En el imperio de lo kitsch las respuestas están dadas de antemano y elimina la posibilidad de cualquier pregunta... En su poética aparece en lugar de la verdad, la mentira hermosa, un efecto emocional quebradizo que corrompe los sentimientos del público.” (Kundera) .

Y bajo esta óptica, no importa cuán demoníacos sean nuestros actos, porque el líder- demagogo siempre les encontrará una explicación racional. Solo tenemos que repetir sus consignas y más temprano que tarde aparecerá algún otro para echarle la culpa. ¿Des-trucción o deco-instrucción? Así sucede cuando el hombre intenta definirse por sus ideas, negándose a constatarlas en la realidad misma. Todo lo que haga este individuo es para dedicárselo a este ídolo-objeto de veneración. No hay pregunta ni cuestionamientos, porque nuestra identidad está definida por la devoción. Y lo mejor del caso ¡es una forma de identidad con certificado de garantía! Claro, porque si algo sale mal, la culpa la tiene ese superhombre nietzchiano elegido por nosotros, no uno. ¿Qué podemos hacer contra la injusticia si hemos cedido el poder a EL OTRO, por ejemplo? Estamos dispuestos a creer en la seducción de este anti-Mesías, para no darnos cuenta que la libertad como sinónimo de libre albedrío es solo “una cuestión de decisión, de una decisión tomada o no tomada en las vidas individuales” (Kertesz).

En la comedia de país donde vivimos, hemos visto nacer la conciencia de la otredad como un cáncer que nos corroe como ciudadanos. Para no hacernos culpables de nuestras acciones, las mediatizamos, y así le echamos la culpa a la noción de simulacro institucionalizada por los medios vernáculos, nuestro paradigma posmoderno. El borde entre la ficción y la realidad se hace más filoso en la calle, por donde circulan unas masas a veces indiferentes y otras intolerantes. La única manera de mantener el pellejo es dejarnos llevar por las consignas impuestas por los demagogos a las masas o hacernos cada día mas invisibles. Hacer o no hacer. De cualquier manera, nuestro libre albedrío está en juego.

Notas


(1) En torno al lenguaje
(2) La Insoportable Levedad del Ser
(3) Kaddish por el hijo no nacido

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