miércoles, junio 18, 2008

El frío desierto de la lengua

Migración de Escrúpulos XLIII

Escribo acobijada por soberbias montañas rosadas cubiertas de nieve. Reno es una ciudad salpicada en el medio de un desierto ingrato, donde el invierno es tan cruel como el verano. Abundan los casino, la mala comida y la pobreza (aún no sé de qué tipo).

En el supermercado no encuentro alimentos frescos más allá del cerdo y el pollo. Casi todo es congelado y empaquetado en raciones gigantes, como para sobrevivir a una nevada. Al final termino pagando $45 por unos huevos, jugo orgánico, cereal, leche descremada, pan integral y un queso de cabra no más grande que mi dedo pulgar. Me siento estafada.

Intento comer en la calle, cerca de la universidad donde realizo el curso, pero no tengo éxito. Nada baja de $9 la ración por una hamburguesa regular y una ensalada improvisada en el mejor de los casos. Creí que iba a tener más suerte en el buffet del casino, pero lo único que me atreví a comer fueron unos camarones congelados con ensalada sin aderezo.

Luego de eso, el molino gigante de cinco pisos dentro del edificio rodeado de máquinas tragamonedas y mesas de blackjack me pareció una patraña, así que dejé el lugar corriendo mientras los viejitos gastaban sus pensiones en silencio.

Me encuentro linguisticamente desolada y quizás eso afecte mi percepción de este lugar. No encuentro quién entienda mi forma de sentir "en español". Mi compañero de piso, un editor proveniente de Miami me dice "hola" y "gracias" para procurarme algún consuelo. Es -a ratos- suficiente y aprecio el esfuerzo de una conversación inteligente. Al menos es mejor que ser un vegetal, invisible, , marginada de las conversaciones por no entender todas las idiomatic expressions. Cuando abro la boca siento unos ojos acuchillarme con una sospecha afilada y caigo en la tentación de demostrar -en forma forzada- mi inteligencia mientras la lengua se me pega al paladar.

Sin embargo, me siento agradecida con la oportunidad. Reno ha sido generoso en lecciones de vida. Me regaló paciencia y humildad. Además, nunca he aprendido tanto -y en tan poco tiempo- sobre lo que significa hacer periodismo y ser inmigrante en Estados Unidos.

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