Migración de escrúpulos LLa verdad es que ahora, después de casi cinco años viviendo en EEUU, con frustrados largos retornos a Venezuela intercalados, he podido encontrar la paz con mi gentilicio. Me pude reconciliar con Caracas, con su gente, con mis raíces. Y todo sucedió en el momento que decidí que el país no es un territorio (tan solo), sino un
montón de gente con un mismo sueño. Es decir, soy venezolana, vaya a donde vaya. No estoy de paso, porque la patria vive en mí y la recreo en cada lugar que visito.
De esta manera conocí a otros venezolanos con intereses más afines a los míos (contruir un mejor lugar y mejorar como gentilicio). Inclusive conocí a la vieja generación de adecos e "intelectuales" arrepentidos sin irme en vómito, sino más bien agradecida por dialogar y aprender un poco de historia, porque los ERRORES son historias. Y algunos cambian para bien, así sea a coñazos. He conocido exmillonarios jerarcas puntofijistas arruinados en Miami, empezando de nuevo con HUMILDAD. Eso agradezco a Miami, la más hermosa y chabacana de las ciudades, mi pequeña Caracas en el exilio (aunque duela decirlo).
Ahora me contento de poder tomar Polar y ron Santa Teresa cuando los consigo. Ahora me uno con júbilo en la bailanta de los maracuchos en la playa y acepto un "mamiruqui" sin tanto rollo. ¡Que puedo decir, crecí en Oriente! Incluso de vez en cuando me regodeo en mi propia vanidad-fashion vernácula y hasta me compro una blusita Marc Jacobs (con la mirada atónita de mi esposo, un matemático escritor).
Pero acepto mi parte de culpa -así sea heredada- por lo que está pasando en el país, por no haber desarrollado mi sentido de pertenencia a tiempo, por pensar en un país donde la cerca que rodea el territorio de la prosperidad es menor al territorio del país, por jugar el juego de intentar saltar la cerca en vez de trabajar para ampliarla. Mucho de lo que pasó no es mi directa responsabilidad, pero hubiera podido cambiar -quizás- por la participación de toda una generación a la cual yo llamo "perdida" y en la cual me incluyo.
Me duele admitirlo, pero ahora me siento mejor venezolana (o al menos menos peor) porque -paradójicamente- incorporé algunos valores de este nuevo país a mi forma de ser, como el estricto sentido de responsabilidad y el valor de la palabra. No se nace ciudadano, se aprende, así sea a los coñazos. Y la verdad, la educación cívica es una materia fue una materia muy desacreditada en el colegio. Ahora es sobreestimada, pero como sinónimo de formación militar-civil.
Te digo, intenté regresar, pero no pude acostubrarme. Me sentía asqueada de tanta frivolidad como forma de evasión, de tanta superficialidad en la forma como se jugaban el destino de un país. La frontera de la ciudad era mucho menor a su territorio o a su población, dejando excluidos del juego democrático y de los derechos humanos a muchísima gente. Mientras, los
pocos que se consideraban a sí mismo clase media se quejaban de los buhoneros, de su miseria. "¡Pero qué horror! ¿De dónde ha salido tanto
mono?", decían mientras se miraban en un espejo.
Tampoco pude ser feliz mientras estuve en Caracas. El desencanto y el desarraigo me hicieron enfermar gravemente. El dolor era demasiado arrecho y para distraerme un poco empecé a rumbear muchísimo, de una manera casi malsana. Sufrimiento físico al ritmo de lounge, ccon el Ávila al fondo y aderezado con accesorios de Titina Penzini; es decir, frivolidad como anestesia. Uno de los efectos colaterales del tratamiento fue la pérdida de peso. Esta delgadez extrema, unida a 1,8 metros generaron algunas propuestas para participar en desfiles de alta costura. Yo sufriendo por el dolor extremo y ellos pensado
mierda...para que vean cuan
mente-de-pollos pueden ser la gente.
(La foto es ua acuarela hecha por Ytaelena López durante un concierto de Los Buitres en el
Centro de Arte La Estancia, Caracas)